Nuevos avances sobre la conducta reproductora de las abejas




El apareamiento de la reina constituye una peculiaridad biológica que sólo desde hace unos pocos años conocemos en detalle, Al cabo de unos cinco días de la eclosión, la joven reina virgen abandona el nido en su vuelo nupcial. Las obreras colaboran a ello activamente y la muerden para instarla a que comience a volar. El primer vuelo que realiza dura sólo unos pocos minutos y sirve de orientación. Poco a poco los va haciendo más largos para volver en determinado momento con el llamado signo del apareamiento.

Anton Janscha, maestro apicultor de la corte de la emperatriz María Teresa, en Viena, descubrió en 1770 el significado de ese signo. Se trata de parte del órgano copulador del zángano, que se rasga durante la cópula y queda enganchado en la reina. Esta no puede desprenderse de él por sí misma. De ello se encargan las obreras en el panal. De esta observación se dedujo que sólo se apareaba con un único macho. El recuento de espermatozoides en su   espermateca parecía confirmarlo. Almacena allí entre 5 y 6 millones, que es la mitad de la producción de un zángano. Sin embargo, tal como sucede muchas veces en la ciencia, la realidad es distinta.
Observar directamente el apareamiento del zángano y la reina es muy difícil, puesto que tiene lugar al aire libre y a una altura de unos 20 m. Además, no se produce en las cercanías del nido. Las reinas y los zánganos llegan a desplazarse más de 12 km para encontrarse. Para ello eligen zonas que se mantienen constantes a lo largo de las generaciones. En esos lugares se reúnen año tras año en la época reproductora los individuos de ambos sexos de un extenso territorio, No está todavía del todo claro cómo llegan hasta allí. Estos lugares garantizan que no se crucen reinas y zánganos emparentados. Es un mecanismo biológico de extraordinaria importancia destinado a impedir la consanguinidad. Ésa es la razón también por la que la joven reina no copula con los machos de su propia colonia. La experiencia en apicultura demuestra que las abejas son muy sensibles a los cruces consanguíneos, que dan lugar a una notable disminución de su vitalidad, con pérdida de crías y considerable merma en la producción. La naturaleza nos enseña el gasto de reinas y zánganos que se produce para evitarlo. El riesgo que supone este tipo de apareamientos se pone de manifiesto con la tasa de éxito de copulación. Cuando las condiciones climatológicas son favorables, sólo el 70% logran aparearse y casi un tercio no regresan del vuelo nupcial o no quedan fecundadas.
Sin embargo, para evitar los efectos negativos de la consanguinidad, la reina corre otros peligros. No se aparea sólo con un macho sino que lo hace con varios. La antigua creencia de un único acoplamiento ha quedado desmentida tras una serie de experimentos realizados.

Las ilustraciones muestran  este acoplamiento múltiple de las reinas. Antes de la cópula, hay hasta 100 zánganos que la siguen como la estela de un cometa. A veces llega a copular con 15 de ellos, siendo el signo de cópula visible el perteneciente al último. Los machos tienen en el tubo copulador una serie de cerdas cuyo fin es retirar del orificio genital de la reina el resto de su antecesor. La cópula se completa en cuestión de unos segundos.

El zángano persigue primero a la reina a una distancia de 1-2 cm. La monta después en vuelo desde atrás, extrae el órgano copulador con un chasquido (que puede oírse desde el suelo) y lo introduce, para lo cual bombea toda su sangre. A continuación muere y cae al suelo. En la reina queda únicamente el resto del órgano copulador, en forma de una pequeña mancha blanca que sobresale de la cámara del aguijón. El siguiente zángano lo elimina y se acopla entonces con la reina.
Si en su primer vuelo nupcial una reina se aparea con pocos machos, emprenderá después otros vuelos hasta que haya almacenado suficiente cantidad de esperma en la espermateca. En ese momento dejará de volar. Una vez finalizado el apareamiento con éxito, la reina madura por completo sus ovarios y comienza con la puesta de los huevos. Al principio, el esperma de los zánganos queda en los oviductos de la reina, pero sólo un 10 % se utilizará y llegará a la espermateca. Cuando llega de nuevo al nido, la reina expulsa la mayor parte de esa cantidad (90 %), que las obreras se encargarán de eliminar. Lo curioso es que, sin embargo, a la espermateca llega esperma procedente de todos los zánganos, con lo que queda garantizada una gran diversidad genética en la colonia.

Vuelo nupcial de las abejas:



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